domingo, 18 de marzo de 2018

Madre coraje


Quizás fue la edad, el rencor o simplemente una ignorancia que junto a la inocencia me cegaron tanto, veía solo lo que quería, pero ni entendía ni analizaba, pues claro, es más difícil elegir aquello que conoces, que lo nuevo y brillante. Ilusa de mí, no diré que nunca fui feliz, pues mentiría, ni que jamás me sentí querida, pues me gusta pensar que me quisieron, tanto como yo los quería. Pero no lo vi, aquella mujer a la que chillaba, contra la que lanzaba toda mi rabia y odio, fue la misma que se quedó con cuatro criaturas, a las que día y noche tenía que cuidar. Una manutención, por supuesto; visitas, las reglamentarias. Pero quien se levantaba a media noche cuando alguno estaba enfermo, y a la mañana siguiente tenía que buscar quien no cuidara, porque no podía permitiese faltar a trabajado. Esa mujer que, aunque no le podía el pellejo nos escuchaba, nos revisaba los deberes, preguntaba la lección y se aseguraba que no nos faltará nada, aunque la menospreciáramos, le hiciéramos daño o incluso quisiéramos odiarla.
No diré que era perfecta, pues nadie puede serlo, pero sí que se esforzó y que se esfuerza, la he visto caer, llorar y chillar, pero no rendirse, porque sabe que no puede, nunca existió esa posibilidad, nos quiere demasiado. No podría decir que he sido lo que ella se merece, creo que ninguno lo hemos podido ser, pero sí que, aunque no lo diga demasiado, la quiero y estoy orgullosa de poder llamarla mamá, pues hasta en mis mayores momentos de oscuridad me ha querido, quizás no como yo quería, pero siempre ha estado ahí siempre a mi lado, y por mucho que la quisiera apartar, nunca me ha fallado.
Y es que siempre me lo dijo, “madre no hay más que una”



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